TEMA 1: El sentido del culto cristiano
INTRODUCCION
El proceso de secularización, característico
de nuestro tiempo, con su típica reivindicación del puesto del hombre en la sociedad y en el mundo, está haciendo
desaparecer aquella visión de la vida donde Dios era clave de interpretación y de comprensión
de la realidad. En este contexto secular Dios está quedando relegado al ámbito de la conciencia
individual y desapareciendo consecuentemente de la realidad expresiva o de las expresiones de
la convivencia social.
Este movimiento afecta inevitablemente al modo de concebir el
cristianismo. El hombre de la cultura secular sólo puede aceptar y comprender un cristianismo
que tenga como ejes fundamentales de la existencia la certeza de la misericordia del Padre y la
ley del amor fraterno. Dentro de esta concepción tienen poca cabida los problemas del culto
tributado a Dios, que se consideran preocupaciones de un cristianismo religio.
Muchas de las críticas que se levantan en la actualidad frente al
culto en general y a la práctica litúrgico-sacramental, en particular, tienen como fundamento
esta mentalidad secular. Son expresión de un empeño por aligerar al cristianismo del peso de
toda superestructura religiosa y de todas las consecuencias de una interpretación religiosa del
mensaje de Jesús. Para los que participan en esta crítica, el cristianismo tendría que
presentarse únicamente como un movimiento de liberación humana, es decir, social, económica y
política.
La crisis latente en esta actitud que rechaza el culto y la liturgia
no se puede minusvalorar, como si solamente se tratarse de una cuestión de expresión. Porque la
raíz de este fenómeno es profunda y comprometedora de la realidad humana. Lo que en último
término está en juego es la relación hombre-Dios, es decir, la posibilidad de que la realidad
humana se pueda explicar de forma satisfactoria desde una referencia explícita a Dios. Si la
respuesta a esta cuestión es negativa, el culto carece totalmente de sentido, ya que el culto
es la expresión más genuina de esa relación.
1.- LA PRESENCIA DEL CULTO EN LAS DISTINTAS RELIGIONES.
La religión es la realidad que surge del hecho de que el hombre se
reconozca como ser dependiente de un ser absoluto, transcendente y personal. Este hecho, esencial a la misma naturaleza del hombre, tiene su expresión
manifestación adecuadas en el culto. Lo demuestra sobradamente la presencia del fenómeno cultual en el desarrollo de la vida de todas las religiones.
En el culto se reflejan los dos aspectos fundamentales de la religión:
la actitud interior del hombre y su expresión externa de dependencia.
Los ritos como manifestación cultural exigen tiempos y lugares sagrados y, como tales, afectan a la esfera corpórea humana, pero no agotan la naturaleza del culto, que también vincula el interior del hombre. El culto reducido a los ritos que lo expresan sería un conjunto de acciones que sirven de soporte a la relación religiosa con Dios. Pero el culto es algo más, en sí mismo expresión de esa actitud interna del hombre en cuanto relacionado con Dios.
La relación íntima entre culto y religión, por ser la religión una dimensión esencial del hombre y un hecho universal, hace que en las diversas religiones encontremos manifestaciones cultuales semejantes y, muchas veces comunes a todos los pueblos: plegarias, sacrificios, fiestas, etc. Sin embargo, estas manifestaciones presentan diferencias que proceden tanto del factor cultural como del mismo contenido al que hacen referencia.
2.- ORIGINALIDAD DEL CULTO DEL ANTIGUO TESTAMENTO
A la configuración del culto de Israel contribuyen fundamentalmente dos hechos: la influencia de las religiones de su entorno cultural, por la que recibe un conjunto de creencias, ritos y prácticas religiosas y, sobre todo, su propia experiencia de Dios. Israel tiene conciencia de que Dios lleva la iniciativa de todos los grandes acontecimientos de su historia, y de que El lo ha constituido como pueblo. Esta conciencia de la presencia activa de Dios es la que hace que todas sus formas de culto, con ser semejantes a las de los pueblos limítrofes, tengan una originalidad peculiar o particular y adquieran un significado nuevo.
Es evidente la influencia del entorno cultural en el ritual de Israel. El rito del cordero, por ejemplo, era propio de los pastores nómadas y seminómadas del desierto. Lo solían realizar las familias y las tribus a principio de la primavera. La sangre del cordero, con la que solían rociar, primitivamente, los soportes de las tiendas de los pastores y, más adelante, los umbrales de las casas, tenía el valor de un exorcismo.
Los agricultores sedentarios realizaban, a su vez, el rito de los panes ázimos. Se hacía en primavera. Con los panes elaborados con la cebada nueva y sino levadura, se quería significar que, al empezar el año, todo debía ser nuevo y sino relación con el año viejo. Podemos recordar también las fiestas de la siega con el ofrecimiento de las primeras gavillas del grano, y las de la recolección de las frutas (cf. Ex 23,14-17; 34,18-23). Son fiestas de carácter agrícola, ligadas a la naturaleza y a las estaciones: las fiestas de la primavera (ázimos), del verano (siega) y del otoño (recolección).
Pero con la salida de la tierra de Egipto el culto de Israel se vincula definitivamente a Yahvé (Ex 3,12-18; 5,3; 7, 16; 8,16), el Dios que lo libera de la esclavitud y establece con él una alianza. En su condición de pueblo itinerante, por designio de su Dios, Israel tendrá que abandonar el culto a los dioses de otros pueblos y, en concreto, renunciar a las formas culturales de Egipto. Su único culto se dirigirá en adelante al Dios verdadero, al Dios liberador, al Dios de la Alianza: Os adoptaré como pueblo mío y seré vuestro Dios; para que sepáis que soy el Señor, vuestro Dios, el que os quita de encima la carga de los egipcios (Ex.6, 7).
El culto a Yahvé adquiere por este hecho un carácter original y único. Todo él queda impregnado por esta experiencia liberadora. Su culto podrá mantener formas de religiones ligadas, en sus expresiones culturales, a los ritmos de la naturaleza, pero su contenido estará referido siempre al Dios que actúa en la historia, al Dios único, personal y transcendente que lo llamó de Egipto para hacer de él su pueblo, mediante el establecimiento de la alianza (Ex.19, 4-6)
3.- EL CULTO HEBREO Y EL CULTO CRISTIANO TIENEN UN VALOR HISTÓRICO SALVÍFICO
Las fiestas de Israel se hacen coincidir con los grandes acontecimientos de su historia en los que Dios se manifiesta como liberador. Los ritos de celebración cobran, entonces, un carácter de acontecimiento memorial de las intervenciones divinas en la historia del pueblo. Los ritos del cordero y de los ázimos, por ejemplo, al quedar integrados en la celebración de la Pascua, dejan de tener su primitivo significado y pasan a ser memorial del poder liberador de Yahvé.
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La fiesta de la siega se convierte en la de las siete semanas
de la liberación, que culmina con la alianza y la entrega de la Ley.
La fiesta de la recolección llega a ser la fiesta de las tiendas, en
la que se recuerda la peregrinación del pueblo por el desierto (Lv 23, 43) y la presencia de
Yahvé en medio de ellos, bajo una tienda (Ex. 29,44-46).
El mismo sábado es comparable a instituciones de otros pueblos, pero
tiene también su originalidad por ser el día santificado por su relación con el Dios de la
Alianza, mejor aún, por ser un elemento de esta Alianza.
El memorial sabático de la Alianza se caracteriza por el ofrecimiento
de los doce panes de la presencia, ofrecidos como memorial, para poner a las doce tribus de Israel ante los ojos y la presencia de Yahvé (Lv. 24,5-9).
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La diferencia del culto de Israel, en relación
con el culto de los pueblos vecinos y, más en concreto, con el de los cananeos, es bastante significativa. Mientras que el culto de los pueblos vecinos estaba
ligado a los ciclos y ritmos de la naturaleza, en Israel se vinculaba a su propia historia como lugar donde se hacía presente la acción salvadora de Dios.
La diferencia se ponen también de manifiesto sí pensamos en el distinto significado que tenía para unos y otros la participación
en los respectivos ritos. Para los israelitas suponía una verdadera implicación en la acción salvífica de Dios por la fe en su presencia activa, tenía claras
consecuencias en un compromiso de vida e implicaba una esperanza inquebrantable en relación con el futuro. Para los otros pueblos vecinos, el culto era un
nuevo intento de entrar en comunión con el Dios de la fertilidad y de la fecundidad, a fin de obtener cosechas abundantes y numerosa descendencia.
Como acabamos de ver, el aspecto memorial, tan típico del culto de Israel, no agota todo su sentido. Ya que junto a la evocación
de las acciones realizadas por Yahvé en el pasado a favor de su pueblo, la mirada hacia el futuro mantiene viva la esperanza en nuevas acciones de Dios con
las que cumplirá su promesa. En este sentido, es característico el uso que se hacía de los salmos reales: se cantaban, sobre todo después del fracaso del
exilio, con la esperanza puesta en la llegada del Mesías anunciado (Dt.18, 15). Esta dimensión estaba especialmente acentuada en la época del Nuevo Testamento
(cf. Jn.1, 19-22).
En el culto cristiano pervive la misma orientación histórico-salvífica del culto del antiguo Testamento, pero centrada en Cristo.
En él se ha cumplido la Promesa y Él es la realidad salvífica por excelencia, anunciada de antemano en todas las intervenciones de Dios( cf. Mt.3, 15;
5,17-18; Lc. 4,17; Jn. 5,46-47; 8,56). Estas características del culto cristiano se expresa en la afirmación del concilio Vaticano II: Dios ha dispuesto
sabiamente que el Nuevo Testamento esté latente en el Antiguo y el Antiguo esté patente el Nuevo (DV, 16).
La constitución sobre la Liturgia del
Vaticano II sitúa el culto de la Iglesia en la línea de la palabra revelada en la historia:
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Dios….. habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones de diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas (Heb. 1,1), cuando llegó la
plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el Verbo hecho carne….Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las
maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo el Señor la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión,
resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión (SC.5).
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El culto cristiano es, por tanto, memorial del misterio de Cristo
muerto y resucitado y, también, esperanza del cumplimiento definitivo de su Reino.
La Iglesia, en el culto, vive la presencia y la acción de Cristo que
asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa
culto al Padre Eterno (SC 7). En este culto, todos los miembros de la Iglesia participan de la
salvación operada en Cristo, porque los signos sensibles significan y, cada uno a su manera,
realiza la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la cabeza y
sus miembros, ejerce el culto público íntegro (SC 7). Y en esta experiencia santificadora por
la participación en la vida de Cristo, el cristiano vive la esperanza de poder gozar de la
plenitud de esa vida en el estado definitivo y escatológico.
4.- EL CULTO Y LA VIDA
Una característica peculiar del culto
judeocristiano es su incidencia
en la vida del hombre. Es un culto con una capacidad bastante acusada de interpelación para
aquella conducta humana no ajustada a la voluntad de Dios a quien se rinde tributo de alabanza.
Para captar esta nota específica basta con establecer una comparación con el culto de las
religiones contemporáneas a los apóstoles.
a.- El culto pagano y el cambio de vida.
La ley del secreto para los iniciados es, entre otras, la causa de
que tengamos escasa información del culto en las religiones mistéricas tan desarrolladas en
los primeros tiempos del cristianismo. Sin embargo, contamos con dos datos especialmente
significativos con respecto al punto que tratamos aquí:
- En las religiones mistéricas se celebran los mitos.
La intención de estas celebraciones, en sus distintos ritos, era llegar a congratularse con la
divinidad, un objetivo sin referencia a la realidad histórica del hombre. La incidencia, por
tanto, en la vida del hombre era nula. Este culto tiene como fundamento una mentalidad que ve
al mundo y al hombre sometidos a las leyes del fatum. Con esta visión de la existencia,
el hombre no tiene otra opción que plegarse sumisamente a las exigencias del destino. A este
determinismo sólo pueden sustraerse las personas iniciadas en los misterios; para ello
participan activamente en el culto mediante el conocimiento de los secretos y de las palabras
del ritual. De esta manera consiguen traspasar la barrera del mundo invisible y contemplar los
espectáculos inefables contenidos en los mitos. El resultado sería el triunfo sobre el destino,
un resultado cuyas raíces hay que situarlas en un mundo fuera de la historia.
- También sabemos que el culto de las religiones mistéricas sólo
pretendía conseguir una pureza ritual, sin ningún tipo de exigencia de cambio en las actitudes
y comportamientos del hombre. En este sentido hay que recordar que los dioses paganos se
mostraban complacientes con los vicios de los hombres e, incluso, eran personificaciones de
esos vicios: eran divinidades impúdicas, belicosas y propensas a la cólera.
b.- El culto y la conversión del corazón.
El culto en Israel tiene entre sus antecedentes un hecho, que
podríamos llamar constitutivo y que, por su significación, no va a permitir una disociación
entre gesto ritual y actitud interior del hombre. Israel, como nación santa, es fruto de una
llamada gratuita de Dios, que lo saca de la tierra de la esclavitud para hacerle su pueblo y
dedicarlo a su servicio:
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"Vosotros habéis visto lo que hice a los egipcios, os llevé
en alas de águila y os traje a mí; por tanto, si queréis obedecerme y guardar mi alianza, entre
todos los pueblos seréis mi propiedad, porque es mía toda la tierra. Seréis un pueblo sagrado,
regido por sacerdotes (Ex. 19,4-6).
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La iniciativa divina ha de tener una contrapartida en el pueblo: la
aceptación y el compromiso con la Ley santa que Yahvé le propone. Sólo así se cierra el pacto
y se realiza el proyecto de Dios: Israel es el pueblo de Dios para el servicio de Dios, es
decir, un pueblo sacerdotal.
En este contexto es evidente que Dios no se contenta con un culto
exterior o con una adoración que esté separada de la vida. Dios busca un reconocimiento de su
soberanía que brote de una vida santa, más aún que sea esa misma vida alimentada y vivificada
por la obediencia a su voluntad:
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"Ahora Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios?. Que
respete al Señor tu Dios; que sigas sus caminos y lo ames; que sirvas al Señor, tu Dios, con
todo el corazón y con toda el alma; que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, y los mandatos
que yo te mando hoy, para tu bien". (Deut.10, 12-13)
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Esta forma de entender el culto está en la conciencia del pueblo,
forma parte de su misma naturaleza como pueblo. Pero Israel a lo largo de su historia, la va
a olvidar y va a caer en la ritualización de su relación con Yahvé. Entonces los profetas,
hombres de fe en el Dios de la alianza, sacudirán la conciencia del pueblo y le recordarán
que, sino misericordia, justicia y amor, todos los actos culturales son vanos y no tienen
ningún valor para Yahvé (Is. 1,11-16; Jer 7,1-11; Am 5, 21-25).
Para la mentalidad hebrea está claro que la disposición interior
justa, la rectitud de vida y la pureza de corazón son la esencia del culto verdadero que hay
que dar a Yahvé. Por eso, el sacrificio interior, el de un corazón contrito suple a todos los
ritos sacrificiales, cuando éstos no pueden realizarse (Sal. 50,18; Dn 3,38ss).
La profundidad de un culto así entendido es tal que alcanza su
máxima cota de espiritualización. Todas las expresiones de vida inspiradas en el amor a Dios
son actos de culto. En esta perspectiva hay que entender la figura del siervo de Yahvé que
ofrece su vida como sacrificio de expiación. (Is.53).
c.- El culto espiritual inaugurado con Cristo.
El hombre nuevo del que habla Jesús en el evangelio es un hombre en
el que tiene primacía la interioridad. Su vida está orientada y dirigida por el Espíritu
(Jn.4, 14; Mc.1, 18 y par.), y su comportamiento es el resultado de un corazón purificado por
la conversión a los valores del Reino (Mc 1, 14-15).
Desde esta perspectiva es natural que, para Jesús, el culto tenga
como fuente la misma interioridad que cualquier otro comportamiento religioso. Por eso Jesús
se manifiesta dentro de la corriente profética criticando un culto compatible con la
injusticia y otros intereses ajenos (Mc. 11, 15-17 y par.), y proponiendo el que
verdaderamente agrada a Dios: la ofrenda sino odio (Mt.5, 23); el amor verdadero a Dios y al
prójimo (Mc.12, 33); la purificación que nace del corazón (Mc 7,21-23).
Las pretensiones de Jesús no se limitan a un comportamiento
reformista con intención de restaurar un culto desvirtuado por una ritualización vacía de
interioridad y de espíritu, Jesús va más lejos, anuncia el fin del templo como espacio cultual
por excelencia (Jn. 2, 19) y del mismo culto (Jn.4,21) y el culto del de la propia existencia
realizada según el modelo dejado por Jesús en su vida (Jn. 4,22-24). En adelante el culto
antiguo, ritual, externo y convencional cede su puesto al culto real, personal y ofrecido con
la vida que tiene como principio vital al Espíritu Santo. En ese sentido, da cumplimiento a la
voluntad de Yahvé manifestada en el momento de la formación del pueblo sacerdotal
(Ex 19, 4-6).
El mismo Jesús, en su vida, personificada y ejemplifica el culto que
quiere que denlos suyos al Padre. La comunidad cristiana así lo va a entender. En la reflexión
retrospectiva que hace desde la fe, interpreta la vida de Jesús y, más concretamente, su pasión
y muerte, desde la figura del siervo de Yahvé, que ofrece su vida como sacrificio expiatorio
(Mc10, 45; Lc 22, 37; cf. Is 53,10).
En este sentido, la reflexión de la carta a los Hebreos tiene una
especial significación. Para el autor de la carta, Jesús entra en el mundo en actitud
sacrificial, pero no para ofrecer un sacrificio a la manera de los que se ofrecían en el templo;
él se va a ofrecer a sí mismo de forma total, entregando la vida en obediencia hasta la muerte
(Heb 9,14; 10,4-10). En este ofrecimiento está la plenitud del culto, que glorifica plenamente a
Dios y salva eficazmente al hombre. Con la muerte de Jesús se acaba el tiempo del antiguo
sacrificio ritual que se ofrece en el templo y se abre la nueva etapa en la que el culto no
consistirá ya en el sacrificio de cosas, aunque se realice con rectitud de intención, sino en el
sacrificio de la propia vida consumada en la fidelidad y en el amor.
d.- El culto de la Iglesia
El culto de la Iglesia tiene como centro a Cristo y sobre todo a su
misterio pascual. En la acción litúrgica, la Iglesia evoca y presencializa la obra
salvadora realizada por Dios en Cristo y se asocia así al culto tributado por él al Padre.
Dentro de la originalidad específica de este culto, su confrontación
con las tradiciones del Antiguo Testamento permite señalar algunas semejanzas que nos abren la
riqueza de su significado. Esto es lo que hace el autor de la carta a los Hebreos al
confrontar, por ejemplo, el hecho de la muerte y resurrección de Cristo con los diversos tipos
de sacrificios rituales del culto judío. Descubre así su plurivalente realidad: sacrificio de
expiación, de alianza, de consagración, de acción de gracias y de alabanza.
Por encima de estas semejanzas, que en cierto sentido establecen
una continuidad, hay que marcar bien las diferencias para que resalte la novedad que nos
trajo Jesús en su evangelio. A. Vanhoye, comentarista de la carta de los Hebreos, así lo hace
notar:
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La percepción de esta diferencia profunda se mantiene en las
expresiones litúrgicas del culto cristiano. No se debe favorecer de ninguna manera el retorno a
un culto simplemente ritual, externo, convencional. El culto cristiano no consiste en el
cumplimiento exacto de ciertas ceremonias, sino en la transformación de la existencia misma, por
medio de la caridad divina..
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En los escritos del Nuevo Testamento, generalmente al mismo tiempo
que se hace ver lo que hay de continuidad en el culto cristiano, se subraya con fuerza su
novedad. Dos datos especialmente significativos se pueden aducir como testimonio de lo que
acabamos de decir. En primer lugar, nos encontramos con el hecho de que, cuando se habla del
culto de la Iglesia, nacida en Pentecostés, se evita los términos consagrados en el Antiguo
Testamento y se recurre a expresiones ajenas al ámbito cultual. Por ejemplo, la celebración
eucarística jamás se denomina sacrificio sino fracción del pan (Hch 2,42. 46;
20, 7-11; 1 Cor 10,161), cena del Señor (1 Cor 11,20), mesa del Señor
(1Cor. 10,21) cáliz de bendición o cáliz del Señor (1Cor.10, 16-21).
El segundo dato lo tenemos en el uso que hace el Nuevo Testamento de
la terminología cultual para designar realidades como la comunidad cristiana y la vida personal
de los fieles y de los apóstoles, realizada según las exigencias de la caridad. Por ejemplo,
los cristianos que se mantienen en comunión de vida con su Señor, son considerados elementos
constitutivos del templo y partes integrantes del sacerdocio:
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"También vosotros como piedras vivas, vais entrando en la
construcción del templo espiritual, formando un sacerdocio santo, destinado a ofrecer
sacrificios espirituales que acepta Dios por Jesús Mesías" (1 Pe.2, 5).
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Y San Pablo identifica el culto cristiano con la vida cristiana:
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"Por eso cariño de Dios os exhorto, hermanos, a que ofrezcáis
vuestra propia existencia como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como vuestro
culto auténtico" (Rom. 12,1)
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Precisamente, por esta concepción del culto, el templo material,
del Antiguo Testamento, es sustituido por la misma comunidad cristiana, que es el cuerpo
de Cristo resucitado (cf. 1Cor.12,12), verdadero pueblo sacerdotal que adora, en Cristo
y por Cristo, al Padre con espíritu y verdad (Jn.4, 23-24).
En consecuencia, el culto cristiano es la traducción y la expresión
externa en formas típicamente cultuales de una vida consagrada en su totalidad al servicio de
Dios a imitación de la de Jesús, que aceptó fielmente la voluntad del Padre como norma de
existencia.
e.- Relación entre celebración litúrgico-sacramental y culto espiritual.
De lo que hemos afirmado del culto cristiano se
deduce que éste desborda los límites de toda celebración litúrgica, ya que abarca la vida entera ofrecida a Dios en obediencia. Es necesario, por consiguiente,
señalar la función que la liturgia desempeña en relación con este culto total.
No podemos olvidar que, como indicábamos al principio de nuestro tema, ciertos grupos cristianos influidos por una mentalidad
secularizante rechazan cualquier celebración litúrgica, persuadidos de que el culto inaugurado por Jesús se reduce al culto que rendimos a Dios con nuestra
vida entregada, y en la creencia de que las formas litúrgicas son expresiones propias de la religiosidad del Antiguo Testamento, indebidamente adoptadas por la
Iglesia.
El error de esta manera de pensar está en cierto reduccionismo, que considera la liturgia como un conjunto normatizado de
ceremonias y ritos, sino tener en cuenta su dimensión sacramental. La Liturgia es, por el contrario, el signo eficaz de la presencia y de la acción salvífica
de Cristo. Cristo es algo más que un modelo moral al que debemos imitar. En la liturgia entra el creyente en relación con el don de Dios hecho a los hombres
en Cristo y recibe con ello la posibilidad de transformar su vida en culto agradable al Padre. En la eucaristía, celebración litúrgica por excelencia, la
presencia dinámica de Cristo constituye la comunidad, la transforma en su cuerpo y la presenta al mundo como pueblo sacerdotal.
En este sentido, se puede decir que la celebración litúrgica está al servicio del culto total, pues hace posible la
transformación de la vida.
Rechazar el sacramento en nombre del culto en espíritu y en verdad significa rechazar el orden de la encarnación y estimarse capaz de autosalvación; se perdería de esa manera la conciencia de que la salvación es una iniciativa de Dios, verdadero y único fundamento de una vida auténticamente cristiana realizada en el amor.
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